Son
muchas las tendencias que han ido influenciando el rumbo de la gastronomía,
pero ninguna se ha presentado con una imagen tan compleja, moderna y
vanguardista como la cocina molecular.
Basada
en la integración entre ciencia y gastronomía, la cocina molecular implica un
modo de preparar los alimentos que busca obtener nuevas texturas y sabores a
través de la aplicación de técnicas que no responden a las recetas tradicionales.
Sus bases fueron desarrolladas por primera vez por Hervé This en colaboración
con el físico británico Nicholas Kurti. El referente más reconocido es el
catalán Ferrán Adriá, quien fundó El Bulli, nominado cinco veces como el mejor
restaurante del mundo y actualmente devenido en El Bulli Foundation. Gusto,
olfato, vista, tacto, incluso oído participan en cada creación, buscando
sorprender y agradar a cada comensal a partir de una ardua labor de
investigación y ensayo en línea con el método científico.
Aceptada
la relación entre ciencia y cocina, existe una disputa estéril sobre el nivel
de cooperación entre ambas, e inclusive en cómo denominar la unión de ambas
disciplinas, ya que los nombres originales de “gastronomía molecular” y el
derivado “cocina molecular”, propuestos respectivamente por Nicholas Kurti
(1995) y Davide Cassi (2005), son actualmente muy resistidos. Tanto es así, que
en importantes congresos internacionales de gastronomía se ha debatido si existe
realmente el concepto de cocina molecular. “Ciencia gastronómica” y “gastronomía
científica” son los nuevos nombres propuestos, a los que hay que sumarle la
pretenciosa denominación de “cocina tecnoemocional”. Sin embargo, el término
“cocina molecular” sigue siendo válido y utilizado muy frecuentemente.
Enfoques de vanguardia
Damián
Delorenzi, quien fue chef ejecutivo del hotel Ros Tower durante 5 años, es uno
de los pocos cocineros profesionales de Argentina que ha incursionado
seriamente en cocina molecular y es el único que realiza platos de esta
tendencia en Rosario. Hace tiempo empezó a profundizar y experimentar con la
gastronomía científica, acompañado por su padre, un bioquímico que lo asesoró y
ayudó en sus investigaciones. Actualmente planea incluir opciones de esta cocina
en la carta del mítico restaurante rosarino Sunderland.
Delorenzi
explica que la premisa fundamental de la cocina molecular es provocar
reacciones no habituales en los alimentos para el disfrute del comensal, para sorprenderlo
con nuevas texturas, sabores inesperados y la más original presentación visual.
Por ejemplo, una variante divertida es una tortilla que se sirve en un vaso;
cuando se toma con una cuchara de abajo hacia arriba se obtiene un bocado que permite
sentir el sabor de la clásica tortilla de papas pero con una textura espumosa,
jamás pensada para un plato de ese estilo.
A su
vez -explica el chef del Sunderland- para especializarse en este tipo de
gastronomía deben sacrificarse muchos aspectos de la cocina tradicional, aquí
no es posible colocar los ingredientes a ojo, calcular cantidades por intuición
o condimentar a gusto. Como si se estuviese realizando un trabajo de química
experimental, los valores deben ser medidos milimétricamente y las reglas deben
seguirse al pie de la letra para garantizar el éxito de la receta.
Puede
decirse, entonces, que la cocina molecular como disciplina se basa en combinar
la estricta rigurosidad que implica la manipulación de elementos, instrumentos
y procedimientos propios de la química, con la creatividad y la pasión de la gastronomía.
Por supuesto, la tendencia tiene también sus referentes en Buenos Aires; entre
las propuestas más recomendables figura La Vinería de Walterio Bolivar, del
chef Alejandro Digilio.
Comentarios
Publicar un comentario